RELATO OTOÑAL

Ya era otoño. La luz entraba tamizada por la ventana de la habitación. Grandes espejos reflejaba una amplia cama con sábanas de satén negras sobre un colchón de agua.
Tu cuerpo claro se destacaba sobre la cama, tumbada boca arriba, con un pañuelo en los ojos. Tú sólo oías una respiración próxima... en la oscuridad... del pañuelo.
Te sorprendió el ruido del encendedor, tu rostro se puso tenso. Enseguida empezaste a sentir un calor próximo, tu cuerpo rígido por el temor... daba pequeños saltos ante el contacto de unas gotas cálidas que caían sobre tu cuerpo. Primero al lado del ombligo... después encima del estómago... subían entre tus pechos. El calor era próximo, pero sólo notabas cómo algún líquido impactaba sobre tu piel de seda... caía, resbalaba apenas, y se solidificaba...
Yo seguía con la vela decorando despacio tu cuerpo.. el calor... luego el líquido tibio... por fin la rigidez de la cera fría. Así, gota a gota, desde los pies, las pantorrillas, los muslos, el vientre, los pechos, los brazos, el cuello... fue cayendo y cumpliendo todo el proceso... Tu boca entreabierta se fue secando con cada inspiración que te provocaba cada contacto.
Dejé la vela sobre la mesa y me acerqué a ti. Sólo percibías mi aliento. Y muy lentamente, sin tener más contacto que con la boca, fui desandando el camino, arrancando una a una las perlas de tu cuerpo. Seguías tumbada, relajada, sin ver nada y dejándote hacer.
Sentiste unas manos fuertes que te tomaban por la cintura, y te hacían girar... quedaste boca abajo. Esas manos húmedas de algo que patinaba sobre tu cuerpo... comenzaron a recorrerte untándote de algo viscoso y oloroso... dedos hábiles que se hundían en tu piel, presionándola, golpeándola apenas...
Cada rincón de tu cuerpo era llenado de aceite, bajaba desde el valle de tu nuca, por la planicie de tu espalda, por los montes de tus glúteos... en círculos así hasta tus pies, provocando una sensación placentera y relajante.
La oscuridad agudizaba tus otros sentidos... el olor a hierbas del aceite; la suavidad del tacto; el sonido de la respiración que cada vez era más fuerte y que se mezclaba con la tuya. Tus músculos seguían relajados, pero tu bajo vientre comenzó a sentir un calor que se hacía más profundo... un calor de deseo.
Nuevamente te dejaste llevar por el impulso y quedaste tendida de espalda. Los espejos devolvían tu cuerpo brillante, tus ojos vendados, tus pechos firmes enmarcaban los pezones excitados. Tu vientre, camino a tu pubis marcaba el ritmo de tu respiración, que se aceleraba lentamente a medida que bajaba con mis manos pringadas desde tus hombros, por los costados, para seguir por tus muslos. Disfrutabas de cada caricia, del manoseo, de los movimientos de mis manos sobre tu cuerpo... te dejabas, tendida, con los brazos abiertos, y una leve sonrisa, por donde se asomaba la punta de tu lengua.
Gozando de verte gozar, separé apenas tus muslos con una mano, y con la otra untada en aceite busqué tu sexo, aparté los labios y comencé a acariciar tu clítoris escondido, rompiste el silencio con un gemido... y tu mano apretando la mía... contra la piel suave rosa y brillante, antesala de tu vagina. El aceite se mezclaba con tus jugos que lubricaban las paredes de tu caverna.
Acompañabas con el movimiento de tus caderas... subías y bajabas apretando tu culito. Con mis dedos empapados bajé buscando los bordes de tu ano... y suavemente fui haciendo círculos estimulando el esfínter. Tus gemidos aumentaban, tu pecho se elevaba y se hundía por la respiración... te ibas abriendo... deseosa... y ciega.
Pequeños ases de sol penetraban por la ventana, y por ellos jugaban las volutas de humo del  inciensario... comencé a sentir la fuerza de mi sangre en todo mi cuerpo.
Te tomé de los pies, que te elevé un poco y caíste sobre un cojín  quedando tu pelvis levantada. Separé tus piernas y pude verte latir, como una flor carnívora. Notaste cómo algo duro presionaba contra tu sexo, cómo algo caliente separaba los pétalos buscando tu vagina, suavemente deslizándose hacia adentro. Notaste cómo tu vagina se llenaba con mi pene... el único contacto conmigo... y ahí multiplicándose en los espejos veía mi verga entrando y saliendo, lubricada por el aceite y tus jugos... rozando todas las terminaciones nerviosas de tu sexo carnoso. Primero lentamente, luego con más rapidez. Tu boca entreabierta, jadeante se secaba y con tu lengua volvías a humedecer los labios. Tus manos, tomaban con fuerza las negras sábanas que te enmarcaban.
Un calor  comenzó a subir por tu cuerpo, comenzaste a acariciarte, apretabas tus pechos y te movías como reptando de un lado a otro. Cuanto más te miraba, más me excitaba... siii... al  verte gozar....... Tus movimientos acompasados hacían que penetre más y más...
Asida por la cintura atraje tu cuerpo contra el mío, sin sacar mi pene de tu sexo. Quedamos abrazados, y sentada sobre mí te mecías. Nuestras bocas se encontraron y en besos ansiosos sentiste mi lengua dentro de tu boca, nos mordisqueábamos los labios, se mezclaban nuestros alientos. Caí sobre la cama y tú quedaste erguida. Con las puntas de los dedos acariciabas mi abdomen mientras me cabalgabas. Con mis manos aferradas a tus caderas acompañaba tus movimientos.
Acelerabas el ritmo, frotando tu clítoris por mi miembro. Una serie de espasmos recorrían tu  cuerpo, tu cabeza, tirada hacia atrás, tus pechos bailaban... tu cuerpo flotaba sobre el mío, en ese colchón de agua. Un profundo calor se concentraba en nuestros sexos embriagándonos.... y esa sensación de no poder más... pero a la vez de querer seguir disfrutando..... mis piernas rígidas, las tuyas vibrantes..... y el orgasmo próximo..... y los gemidos confusos.... y tu cuerpo que se retorcía de placeres oscuros... y nuestras energías se descargaban al mismo tiempo. Tomaste mis hombros y buscaste mi boca para besarla frenéticamente... mientras por nuestros cuerpos se extendía una sensación de paz.
Quedamos así.... por un rato. Por fin quité el pañuelo de tus ojos. El sol apenas tenía fuerzas para entrar a espiarnos, dejando una luz naranja en la habitación. Me sonreíste. Y fue bello.